Presunto
implicado
Aún no se
le ha identificado y ya le quieren convertir en el malo de la película. El
repentinamente imprescindible Planeta 9 (o Planeta X para los nostálgicos)
empieza a sufrir los avatares de la popularidad: hazte famoso entre los humanos
y te empezarán a llover palos por doquier.
Aún sin
dejar de ser una mera conjetura, al pobre 9 le quieren colgar el sanbenito de
serial killer. Y ya puestos a vilipendiar, no nos quedemos en poco: ¿por qué no
una extinción en masa? La de los dinosaurios ya tiene autor, pero ¿quién guió
su mano?... ¡pongámosle una X! (ahí, lectores, pillando el doble sentido)
Efectivamente,
al mundo gigante propuesto para explicar el movimiento agrupado de un puñado de
lejanos objetos del Cinturón de Kuiper se le pretende adjudicar una
personalidad agresiva: las periódicas extinciones masivas que se registran en
los anales fósiles terrestres podrían estar vinculadas con las visitas de este
presunto primo lejano.
Al menos es
lo que conjetura el profesor emérito de astrofísica de la universidad de
Arkansas Daniel Whitmire. Ya en 1985, el profesor Whitmire publicó un artículo
en Nature con su colega John Matese en el que especulaban con la relación entre
el 10º planeta (por aquel entonces a Plutón se le consideraba el noveno planeta
del Sistema Solar, de ahí la X
de “décimo planeta” y el anterior juego de palabras) y las extinciones masivas
en la Tierra. Proponían
que las perturbaciones gravitacionales ocasionadas por el paso del ignoto
gigante provocarían una ducha de cometas procedentes del Cinturón de Kuiper
hacia la órbita terrestre, con aciagas consecuencias para los confiados
habitantes de nuestro pequeño mundo. Ello ocurriría cada 28 millones de años,
provocando periódicamente las catastróficas extinciones identificadas en los
estratos terrestres desde hace 500 millones de años.
La actual
atención procurada al presunto nuevo inquilino del Sistema Solar ha servido
para recuperar la vieja teoría. En ella proponían que X (o 9 como le llamamos
ahora) tendría una lejana órbita inclinada y en lenta rotación, lo que
provocaría cambios en su perihelio (punto más cercano al Sol). No es nada extraño: es un fenómeno que
llamamos precesión y parece que es inherente a los planetas, en un grado más o
menos acentuado. Sin embargo, si la órbita del planeta afectase al Cinturón de
Kuiper, cada paso del gigante afectaría gravemente a puntos diferentes del
Cinturón, desplazando cuerpos helados del mismo y haciéndolos caer hacia el interior
del Sistema Solar. Los cometas errantes no solo caerían sobre los
desafortunados planetas rocosos, sino que los que resultasen vaporizados por el
Sol en gran cantidad reducirían el aporte de energía a la Tierra: la receta perfecta
para un cíclico asesinato masivo.
Aunque el
artículo de 1985 calculaba un Planeta X de talla 5 veces la terrestre orbitando
100 veces más lejos del Sol y los actuales estudios de Batygin y Brown de
Caltech abogan por un Planeta 9 de 10 tallas terrestres situado a 1000 veces
nuestra órbita, hasta que no le identifiquemos no tendremos pruebas de quién
tiene razón.
Las lluvias
de cometas y asteroides suelen reclamar el rol de villano en nuestros episodios
de extinciones, y como mínimo tenemos bastantes evidencias de que un impacto de
asteroide selló el destino de los dinosaurios hace 65 millones de años. Es una
teoría plausible.
O sea,
puede que estemos participando en una partida de billar cósmico. Y adivinad
cual es nuestro papel en ella (una pista: ¡no somos el tipo que usa el taco!)
Salu2!
Xavier