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dimarts, 5 d’abril del 2016



Presunto implicado

Aún no se le ha identificado y ya le quieren convertir en el malo de la película. El repentinamente imprescindible Planeta 9 (o Planeta X para los nostálgicos) empieza a sufrir los avatares de la popularidad: hazte famoso entre los humanos y te empezarán a llover palos por doquier.

Visión artística del Planeta 9 como un gigante helado eclipsando la zona central de la Vía Láctea, con un diminuto Sol en la distancia. Como referencia, la órbita de Neptuno se ha dibujado como una pequeña elipse alrededor del Sol. Imagen de Tom Ruen con una imagen de fondo de la Vía Láctea de la ESO.
Aún sin dejar de ser una mera conjetura, al pobre 9 le quieren colgar el sanbenito de serial killer. Y ya puestos a vilipendiar, no nos quedemos en poco: ¿por qué no una extinción en masa? La de los dinosaurios ya tiene autor, pero ¿quién guió su mano?... ¡pongámosle una X! (ahí, lectores, pillando el doble sentido)

Efectivamente, al mundo gigante propuesto para explicar el movimiento agrupado de un puñado de lejanos objetos del Cinturón de Kuiper se le pretende adjudicar una personalidad agresiva: las periódicas extinciones masivas que se registran en los anales fósiles terrestres podrían estar vinculadas con las visitas de este presunto primo lejano.

Al menos es lo que conjetura el profesor emérito de astrofísica de la universidad de Arkansas Daniel Whitmire. Ya en 1985, el profesor Whitmire publicó un artículo en Nature con su colega John Matese en el que especulaban con la relación entre el 10º planeta (por aquel entonces a Plutón se le consideraba el noveno planeta del Sistema Solar, de ahí la X de “décimo planeta” y el anterior juego de palabras) y las extinciones masivas en la Tierra. Proponían que las perturbaciones gravitacionales ocasionadas por el paso del ignoto gigante provocarían una ducha de cometas procedentes del Cinturón de Kuiper hacia la órbita terrestre, con aciagas consecuencias para los confiados habitantes de nuestro pequeño mundo. Ello ocurriría cada 28 millones de años, provocando periódicamente las catastróficas extinciones identificadas en los estratos terrestres desde hace 500 millones de años.

La actual atención procurada al presunto nuevo inquilino del Sistema Solar ha servido para recuperar la vieja teoría. En ella proponían que X (o 9 como le llamamos ahora) tendría una lejana órbita inclinada y en lenta rotación, lo que provocaría cambios en su perihelio (punto más cercano al Sol).  No es nada extraño: es un fenómeno que llamamos precesión y parece que es inherente a los planetas, en un grado más o menos acentuado. Sin embargo, si la órbita del planeta afectase al Cinturón de Kuiper, cada paso del gigante afectaría gravemente a puntos diferentes del Cinturón, desplazando cuerpos helados del mismo y haciéndolos caer hacia el interior del Sistema Solar. Los cometas errantes no solo caerían sobre los desafortunados planetas rocosos, sino que los que resultasen vaporizados por el Sol en gran cantidad reducirían el aporte de energía a la Tierra: la receta perfecta para un cíclico asesinato masivo.

Aunque el artículo de 1985 calculaba un Planeta X de talla 5 veces la terrestre orbitando 100 veces más lejos del Sol y los actuales estudios de Batygin y Brown de Caltech abogan por un Planeta 9 de 10 tallas terrestres situado a 1000 veces nuestra órbita, hasta que no le identifiquemos no tendremos pruebas de quién tiene razón.

Las lluvias de cometas y asteroides suelen reclamar el rol de villano en nuestros episodios de extinciones, y como mínimo tenemos bastantes evidencias de que un impacto de asteroide selló el destino de los dinosaurios hace 65 millones de años. Es una teoría plausible.

O sea, puede que estemos participando en una partida de billar cósmico. Y adivinad cual es nuestro papel en ella (una pista: ¡no somos el tipo que usa el taco!)

Salu2!

Xavier