Los veteranos del blog ya saben de mi debilidad por los
romanos y su tecnología. Pero nuestra creencia en las bondades del arte que
atesoraban los hijos de Rómulo nunca pensó, ni de lejos, en la nanotecnología.
Bueno, no es que supieran cómo funciona ni que montaran
grandes laboratorios de investigación (suponemos), pero estudios actuales han
desentrañado un misterio del British Museum que ha llevado a desenpolvar esta
antigua técnica romana que enlaza con la tecnología punta actual (¡casi ná!).

Este cáliz de vidrio, conocido como la Copa de Licurgo (Lycurgus Cup) porque presenta una escena
en que aparece el rey Licurgo de Tracia, tiene un color verde jade cuando se
ilumina desde delante, pero es de color rojo sangre cuando se ilumina por detrás;
una propiedad que ha dejado perplejos a los científicos durante décadas, una
vez que el museo adquirió la copa en los años 50.
El misterio no se resolvió hasta 1990,
cuando investigadores ingleses estudiaron al microscopio unos diminutos
fragmentos y descubrieron que los artesanos romanos fueron pioneros en el uso
de nanotecnologías: habían impregnado el vidrio con partículas de plata y de
oro, molidas hasta obtener gránulos de apenas 50 nanómetros de diámetro, menos
de una milésima del tamaño de un grano de sal de mesa. La exactitud en la
mezcla de los metales preciosos sugiere que los romanos sabían lo que estaban
haciendo: “una hazaña increible”, dice uno de los investigadores, el arqueólogo
Ian Freestone del University College of London.
Esta nanotecnología arcaica funciona así:
cuando son golpeados por la luz, los electrones pertenecientes a las partículas
metálicas vibran de tal forma que se altera el color en función de la posición
del observador. Gang Logan Liu, ingeniero de la University of Illinois
en Urbana-Champaign, que hace tiempo se dedica al uso de nanotecnología en el
diagnóstico de enfermedades, y sus colegas advirtieron que este efecto les ofrecía
grandes posibilidades. “Los romanos sabían cómo obtener y usar nanopartículas
en las bellas artes”, comenta Liu. “A ver si nosotros podemos obtener
aplicaciones científicas a partir del mismo efecto”.
Liu sosopecha que, cuando los fluidos llenaban
la copa, deberían cambiar de color cuando los electrones en vibración del
vidrio interactúan (los actuales tests domésticos de embarazo explotan un
fenómeno nanométrico para convertir en rosada una tira blanca).
Como los investigadores tienen vetado
introducir líquidos en el interior del precioso recipiente, en su lugar han grabado miles de millones de
diminutos poros en una plancha de plástico del
tamaño de un sello, y han pulverizado en ellos nanopartículas de oro o
de plata, creando una suerte de matriz con miles de millones de Copas de Licurgo ultraminiaturizadas.
Cuando se introduce agua, aceite, soluciones azucaradas o salinas en estos
pocillos, muestran una serie de colores fáciles de distinguir: por ejemplo,
verde claro para el agua y rojo para el aceite. El prototipo ha resultado 100
veces más sensible a la alteración de niveles de sal en soluciones salinas que
los actuales sensores comerciales que usan técnicas similares. El dispositivo
podría tener aplicación en dispositivos portátiles para detectar patógenos en
muestras de saliva o de orina, o para frustrar intentos terroristas de
introducir líquidos peligrosos en aviones.
La Copa de Licurgo original del siglo IV,
probablemente usada únicamente en ocasiones especiales, presenta al rey Licurgo
atrapado por una maraña de vides, presumiblemente como castigo a sus malas
acciones contra Dioniso, el dios griego del vino. Si se inventa una nueva
generación de detectores a partir de esta antigua tecnología, será el turno de que
sea Licurgo quien atrape a otros (sean personas o virus).
Xavier
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